Un día después del 4 de febrero (…) me llama el general del DIM: “Mira, aquí está el general Heinz, que quiere hablar contigo”. “¿Quería una muestra? ¿Quería un pecadillo?”. “Bueno, -dijo Heinz- lo felicito Chávez, de verdad, no pudimos detener esto”. “No, es que no lo iban a detener, mi general —le dije yo— ni que me hubieran arrestado a mí, o a Arias, o al otro; esto no lo paraba nadie. Es un proceso imparable, inevitable, eso no depende de un hombre. Si usted me hubiera agarrado preso hace un año o dos años, quizás hubiera sido hasta peor”. Y en verdad era así, fue un proceso desatado. Era la revolución que volvía.
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